Trump desde la frontera noroeste (y II). Entrevista con José Manuel Valenzuela

El sociólogo José Manuel Valenzuela, de El Colegio de la Frontera Norte. (Cortesía)

El doctor en Sociología José Manuel Valenzuela fue, como el doctor Jorge Bustamante, uno de los fundadores de El Colegio de la Frontera Norte, en Tijuana, en 1982, donde trabaja en el Departamento de Estudios Culturales. Como especialista en las relaciones entre México y Estados Unidos y los procesos sociales que han definido la frontera, opinó sobre la nueva y agresiva coyuntura en el vecino del Norte el mismo día en que Donald Trump tomaba posesión como presidente de Estados Unidos.

¿Qué se puede esperar ahora con un discurso de aceptación como el que pronunció Donald Trump?

Creo que es muy congruente con toda su posición desde que se postuló a la nominación del Partido Republicano, a mediados de junio de 2015. Es un discurso supremacista: Estados Unidos como la nación superior, imprescindible, que tiene el derecho a definir la ruta del mundo, con el poder de la fuerza. Una fuerza construida, más allá de la retórica del «poder para el pueblo», a partir del ejército y de Dios. Por otro lado, esto se construye sobre un escenario bastante precarizado de Estados Unidos que, efectivamente, tiene asideros claros, como el desempleo o el empobrecimiento. Lo que nos presenta en este sentido tiene que ver con una perspectiva claramente atrincherada, proteccionista, de defensa de lo estadounidense, y esta defensa se convierte en una estrategia de mercadotecnia que al final de cuentas tiene una condición amenazante. Lo que destaca de manera más clara es la ausencia de referentes históricos, de referentes sociales, de un mínimo análisis económico. En el fondo es un discurso muy elemental.

Lo que sobresale para mí es cómo colocó el tema de la frontera, con esta idea de «nos preocupamos de vigilar las fronteras de otras partes y no protegimos la nuestra». En estos 3,200 kilómetros compartidos, en cerca de una tercera parte hay muro, y hay lugares donde hay hasta tres muros. Más allá de la condición de este personaje siniestro, está el eco que este tema genera en un sector muy amplio de la sociedad estadounidense. Desde hace más de dos décadas hemos visto cómo se ha venido articulando una narrativa que ha conformado posicionamientos supremacistas que han utilizado el tema fronterizo como un elemento importante del ajedrez político electoral. El tema central es que el tema migratorio se convirtió en un referente importante en la disputa político-electoral estadounidense y eso ha tenido un costo indebido e innecesario.

¿Cómo se han desenvuelto la vida y las relaciones en la frontera desde 1994, con la construcción del muro por parte de Bill Clinton?

Cuando digo que el tema de frontera y migratorio se introdujo dentro del escenario político electoral no quiero decir que los demócratas han sido más pro migrantes que los republicanos, sino que dentro de todo esto hay un costo más alto. Esto se fue construyendo a partir de la caída del Muro de Berlín. A inicios de los años noventa, empieza una redefinición del escenario político estadounidense, que siempre necesitan enemigos externos para justificar la producción, distribución y venta de armas, y en este caso el cambio estuvo orientado hacia una nueva perspectiva sobre la frontera, que pasó de ser interpretada desde las élites del poder como un asunto de mercado internacional de trabajo a un tema de seguridad nacional. Lo que empezamos a ver, antes del 11 de Septiembre, cuando se fortalece esta posición, era ya la presencia de la guardia nacional en la frontera, realizando actividades de vigilancia y por lo tanto el endurecimiento de las propias condiciones del cruce. ¿Qué costo tuvo esto? Bueno, el costo son más de diez mil muertos a partir de la Operación Guardián en el intento de cruzar esta frontera.

El otro punto es que es una frontera muy heterogénea; no podemos hacer una generalización de lo que implica esta frontera como si a todos les afectara por igual. Efectivamente, hay todo un entramado de redes de relaciones transfronterizas fundamentales, pero por otro lado, se han endurecido las condiciones para ciertos grupos. El tema de la deportación se vinculó con otros aspectos muy importantes. Uno de ellos es el cambio de la posición de México a partir del Tratado de Libre Comercio: nuestro país empezó a hacer el trabajo sucio de contención de los migrantes centroamericanos que buscan cruzar hacia Estados Unidos. Aumentaron las detenciones en México de centroamericanos y disminuyeron acá en el norte mexicano. Y el segundo elemento que entra en juego ha sido esta irresponsable e iatrogénica estrategia que empieza con Felipe Calderón y que no ha terminado, de la llamada guerra contra el crimen organizado, que ha venido copando muchas de las redes migratorias, con un incremento brutal de muerte, con eventos como el de San Fernando, Tamaulipas, en 2010, con 72 migrantes centroamericanos asesinados. Todo eso es parte de esa complejidad fronteriza. Por eso no podemos quedarnos con uno solo de los elementos y tenemos que ver todo ello de conjunto.

Lo que no se había dado, y que puede ser sumamente delicado, es el planteamiento de Donald Trump de gravar aún más la frontera. Eso sí define un escenario amenazante.

¿Qué puede hacer el gobierno mexicano en este escenario? ¿Tiene la capacidad de frenar cualquier acción que cumpla estas amenazas?

Yo creo que tiene capacidad y que tiene herramientas; lo que no tiene es la voluntad ni la perspectiva para hacerlo. Porque efectivamente, hay todo un campo diplomático de acción, pero lo que tenemos de entrada es una suerte de mirada bipolar sobre los migrantes. Los migrantes son la principal fuente de divisas para este país, ya muy por encima del petróleo, pero hay una indolencia frente a lo que ha sido esa migración, que históricamente, a lo largo de todo el siglo XX, ha servido como válvula de escape. Por un lado se quitaban de la presión de demanda de trabajo en México y por otro se convertían en una fuente de divisas. El asunto está en que cuando los migrantes son deportados, tenemos un incremento de la criminalización de los propios migrantes. Y estos migrantes ni siquiera son contados dentro de lo que las estadísticas nacionales: estamos hablando de 11.8 millones de mexicanos que viven en Estados Unidos de forma indocumentada y estamos cerca de doce millones de mexicanos nacidos en Estados Unidos pero de padres mexicanos que no registra el Inegi. Esto es una responsabilidad del Estado mexicano, de velar por la seguridad y garantizar el cumplimiento de los derechos humanos y civiles de esa población.

–Yaiza Santos

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